
Los biocombustibles son creados a partir de biomasa, los más populares son los que proceden del azúcar, trigo, maíz o semillas oleaginosas. Ellos ayudan a mitigar las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) porque la producción de biocombustibles absorbe el CO2 que emite cuando es quemado, algo que no sucede con el petróleo.
La demanda de los biocombustibles se incrementa por el interés en fuentes de energía renovables y no contaminantes, pero también por el aumento en el precio de los combustibles fósiles.
Además, aunque es un combustible líquido y puede ser manejado como la gasolina, es más seguro porque es menos inflamable y se obtiene más energía de la que se gasta en su producción lo que significa que está en balance energético favorable. Es por eso que su aprobación ha crecido aceleradamente en todo el mundo y muchos países ya cuentan con un marco regulatorio.
Bioetanol mexicano para el futuro
En México, esta industria está legislada por la Ley para el Desarrollo y Promoción de los Bioenergéticos y se enfoca particularmente en el bioetanol, que puede producirse con maíz o caña de azúcar sólo si existen excedentes en la producción.
En el caso del maíz, se producen 20 millones de toneladas pero si se mejorara el rendimiento y se duplicara la producción, el cultivo sería autosuficiente para la alimentación y tendría un excedente para producir bioetanol. Todo esto sin incrementar la superficie sembrada.
Actualmente, México produce 45 millones de litros de bioetanol pero consume 164, lo que significa que importa más de 100 millones. Además, existe una dependencia al petróleo que no permite contribuir con el cambio climático.
Por eso hay iniciativas encaminadas a fortalecer las capacidades científicas y tecnológicas del país en este campo. Por ejemplo, los Centros Mexicanos de Innovación en Energía (CEMIEs) cuyo propósito es coordinar el aprovechamiento del potencial de energía renovable del país.
Fuente: Revista de Sociedad, Cultura y Desarrollo Sustentable.